LA LIBERTAD DE MÉXICO PROCLAMADA EN DOLORES
Romance endecasílabo en el aniversario que de aquel glorioso acontecimiento se hace hoy en esta capital por el Lic. J. N. Mier y Altamirano (16 de setiembre de 1836).…Quisquis patriam, cerosque penates,
Qui sobolem, ac thalamos, desertaque, pignora quærit,
Ense petat: medio posnit Deus omnia campo.
LUC. PHARS. LIB. 7.
…Quæque ipsi misérrima vidi
Et quorum pars magna fui…
VIRGIL. ÆNEID. LIB. 2.
Canto a varones de inmortal memoria,
Y los esfuerzos noblemente osados
Que hicieron por volver su antiguo lustre
Al poderoso pueblo mexicano.
Canto la cruel ira, los furores,
Con que los hijos ávidos ingratos
De la indomable y orgullosa Iberia
Resisten y acrecientan los agravios.
¡Libertad celestial y encantadora,
Que en los siglos felices, y lejanos,
De Trasíbulos, Brutos, y Catones,
Tocaste el corazón, armaste el brazo!
Sola tú ensalzar puedes los prodigios
Del valor impertérrito, inflamado,
Que cuanto más difícil es la empresa
Tanto más se sublima el entusiasmo.
Tú sola puedes conocer el precio
Del honorable sacrificio amargo
Que hicieron nuestros ínclitos caudillos
Por el sostén de tus derechos santos:
Siglos, generaciones, y sucesos,
La faz de todo el globo habían cambiado,
Mientras el despotismo las cadenas
Sin alivio arrastraba el mexicano:
Lánguido, y abatido, y sin aliento;
(Lo diré; o callaré) mísero esclavo,
En el exceso de su infanda pena
Ni levantar los ojos le era dado:
Tal fue su condición, lo sabe el mundo,
Desde aquel azaroso día infausto
En que Holguín, al augusto prisionero
Rindió el cuerpo; no el ánimo esforzado.
Cerca de tres edades transcurrieron
(Huehuetilistli en el idioma patrio)
Las que a otros tantos siglos casi iguales
El dolor y la afrenta prolongaron:
Apurose por fin tanta paciencia…
Pesaba más y más el yugo hispano.
¿Para qué renovar lo que la historia
Con lágrimas y sangre ha consignado?
Era la noche, y la hija de Latona
Rigiendo por el éter sus caballos,
Con plácidos reflejos adormía
Los humanales miembros fatigados:
Un dulce melancólico silencio
Reinó de Anáhuac en el vasto espacio,
Y solo se escuchaban ecos tristes
Del agorero búho de cuando en cuando:
Parecía que dijera en sus acentos
¡Ay! del conquistador, ¡ay! del tirano,
Pasó el último sol en que tranquilos
Los hijos de Witiza dominaron:
Sigue luego el rugido pavoroso
De los opuestos vientos desatados
Que sacuden las cimas y los troncos
De antiguos robles, y de cedros altos:
También se estremecieron (me horrorizo
Al referir el portentoso caso)
De una piramidal grotesca tumba
Los hondos y firmísimos peñascos:
Fabricolos natura en la colina
(Chapultepec su indígena vocablo)
Y eran de los guerreros más famosos,
Sencillo, pero eterno cenotafio.
Entre el musgo y las quiebras, un espectro
Asoma de improviso, sube a lo alto,
Y aunque confusamente se perciben
La forma y ademán de cuerpo humano,
La majestuosa, firme, erguida testa,
Del valor conservaba nobles rasgos
Y cortante maquahuilt empuñaba
La diestra con despejo denodado.
Era la triste generosa sombra
De Quauhtemotzin digno soberano
Que con firmeza heroica sostuviera
De su pueblo los fueros sacrosantos.
De Quauhtemotzin digo, a quien el trono,
De vida y libertad privó el malvado,
Que el nombre de conquista dio al pillaje,
Al bárbaro exterminio y al engaño:
En torno del funesto árido sitio,
Cual si observar quisiese, gira un rato,
Rápida luego hacia el noroeste vuela,
Los roncos Euro, y Aquilón calmaron.
En un villaje apenas conocido
(Dolores, le dijeron los pasados)
Pero ya de la historia mexicana
Célebre se hizo en los eternos fastos.
La honorable fantasma se detiene,
Luego que toca en el recinto sacro
Y los dichosos muros do primero
De libertad las voces resonaron.
En las nocturnas horas bajo un techo
¡Horas afortunadas! Un acaso,
Hizo que en conferencia allí estuviesen,
Los dos primeros jefes asociados:
El padre de su pueblo, el venerable,
Profundo, bienhechor, sagaz Hidalgo,
Y el intrépido Allende a quien distinguen
Cerviz hercúlea y el nervioso brazo:
Apareció a sus ojos de repente,
El fantástico bulto: sigue el pasmo,
Callan los héroes, y con rostro atento
Estas mismas palabras escucharon.
¿Hasta cuándo, les dice, de la patria
Hijos esclarecidos, hasta cuándo
Sufriréis con paciencia el yugo férreo
Que impuso a vuestro cuello el fiero hispano?
¿Habrá de ser eterna la ignominia?
¿Serán vuestros derechos siempre hollados?
Ni el Padre Omnipotente, ni los hombres
Consentir pueden vilipendio tanto:
La muerte o libertad es el destino
Para las grandes almas reservado;
Yo hubiera preferido lo primero
Desde que vi rendido el suelo patrio:
Sostuve hasta el extremo con firmeza
La majestad del nombre mexicano:
Víctima fui, por fin, de aquel intruso,
Feroz caudillo, y de su infame bando.
Si el imbécil cobarde Moctezuma
Entrada al invasor no hubiese dado,
México, tal cual era, existiría,
Durarían sus magníficos palacios:
Pero todo acabó: los sucesores
De aquel ladrón, y déspotas extraños,
Remachan las cadenas que se extienden
A los hijos y nietos de los amos.
De esta triste verdad sois una prueba,
Y en ese punto (lo sabéis) en que hablo,
Se os preparan horribles calabozos:
En ellos gimen ya vuestros hermanos.
Instan, y son preciosos los momentos.
¡A las armas! Salvad el suelo caro;
Sepan los siglos y los pueblos todos
Que aquí naces también Curcios y Cassios.
Dijo, y súbitamente de sus ojos,
Desapareció el prodigio, reanimado,
Siente en el corazón de nuevo aliento,
Y a la empresa resueltos se arrojaron:
Convocan a los bravos campeones
Que a lid tan noble estaban aprestados,
El confuso murmullo se extendía
Por las montañas y anchurosos campos:
Cual empreñada tempestuoso nube,
Estalla el trueno: sigue rimbombando,
Y se pierde la hueca resonancia
De la bóveda inmensa en los espacios:
Así de libertad el santo grito
De la noche, en el último letargo,
Se difunde saliendo de los pechos
Como de unos volcanes sofocados:
Sacude el labrador el torpe sueño,
El lanzón empuñó callosa mano,
Besa a su hijuelo, y al tomar la brida
Impaciente relincha el fiel caballo:
Tú también, Abasolo, amable joven,
Del casto lecho fuiste separado
A la voz de la patria, y con presteza
De un naciente escuadrón tomas el mando:
Vuelan de la comarca los valientes,
A unirse a los pendones bienhadados;
Crece el fervor, y suspirando envidian
Ir al combate trémulos ancianos.
Apenas el crepúsculo primero
Las dulces avecillas saludaron,
Cuando ya numerosas bravas huestes
Inundaban los valles y ribazos:
Nunca más bella se asomó la aurora
Del fértil Michoacán por los collados,
Como en el fausto día decimosexto
De aquel setiembre memorable y grato.
Entonces fue cuando la turba alegre
Unísonos los pechos y los labios
Mil veces repitira en sus clamores
¡Viva la patria! ¡Mueran los tiranos!
Entre tanto los fieros opresores
Que presagiaron su fatal fracaso,
Despavoridos tiemblan y persiguen,
Y previenen mazmorras y cadalsos:
La venenosa víbora que siente
El duro golpe en ella descargado,
Silva rabiosa con vibrante lengua,
Y centellean sus ojos sanguinarios:
De aquel despecho y furibundo encono,
Es un símbolo débil e inexacto.
¡Tanto para ellos era doloroso
Perder su antiguo prepotente rango!
Era en verdad contraste lamentable
Que en dos bellos distritos comarcanos
La libertad del uno fuese el númen,
Del otro el despotismo desbocado.
Que al tiempo mismo en que los grandes héroes
Los derechos del hombre proclamaron,
Sátrapas altaneros confundían
El nombre de traidor y ciudadano.
Vosotros lo sabéis, oh compañeros,
Que en Crétaro afligidos apuramos,
Por causa tan gloriosa hasta las heces
El cáliz del dolor el más amargo:
¿Pero por qué turbar el placer puro
En que hoy revisan pechos mexicanos,
Con esos melancólicos recuerdos?
Porque sirven más bien para aumentarlo.
Salve mil veces padre de la patria.
Ínclito, pio, feliz y sabio Hidalgo,
Que firme descargaste el primer golpe
Al monstruo del poder más arbitrario:
Salve impávido Allende, dulce amigo,
Que al ídolo de tu alma, al suelo patrio
Hiciste el sacrificio de tu vida
Aun antes de que se hubiese consumado.
Aldama y Abasolo, ¡dulces nombres!
Por los déspotas solo detestados:
Nunca os olvidaremos, y primero
Que yertas se desequen nuestras manos.
¡Héroes! Ya es libre vuestra amada patria
Por quien hicisteis sacrificios tantos:
¿Y será que se pierdan, y que abyectos
A la infamante esclavitud volvamos?
¿Y será que la gloria y nuestro suelo
Nos roben alienígenas ingratos?
Es imposible, porque tal oprobio
No sufren vuestros manes venerados.
Estad siempre presentes a los ojos
De vuestros valentísimos soldados,
Y juntos recibid en este día
De amor y gratitud los holocaustos.
Juan Nepomuceno Mier y Altamirano.
Diario del Gobierno de la República Mexicana. Viernes 16 de setiembre de 1836.