Matamoros, 24 de mayo de 1841.
Muy señor mío, paisano y amigo de mi estimación. Para contestar las dudas que usted y otros amigos de la patria, tienen sobre el verdadero día en que fue preso en Querétaro, mi compadre y compañero D. Epigmenio González, primera víctima del memorable grito de Dolores, necesito retroceder a sucesos más remotos, porque ellos recordarán a ustedes los que han olvidado y los ratificarán en los que dudan.
En el mes de Julio de 810, ya estaba dando guarnición a Querétaro, un escuadrón de dragones de la reina, del cual eran capitanes D. Ignacio Allende, un tal Arévalo y D. Juan Aldama, y ayudante el teniente retirado D. Manuel Cabeza de Vaca. Con este pretexto, comenzó el primero a ganar prosélitos para la independencia, y mantenía desde aquel punto correspondencia al mismo fin con las provincias de Valladolid, Guadalajara y Guanajuato. Entre los alistados en Querétaro solo señalaré los que hicieron viso en el suceso de la prisión; y lo fueron D. Epigmenio y D. Emeterio González, D. Francisco Araujo, D. José Mariano Galván, y su hermano menor D. Mariano, D. Antonio Téllez, D. Ignacio Martínez y yo.
En esos días formó D. Ignacio Martínez y mandó fijar en Querétaro unos pasquines sobre independencia; fue conducido por sospechoso a la cárcel, y en seguida un tal Manrique que era el escribiente de la comandancia de brigada, el cual era inocente. A pocos días se supo que uno de nuestros compañeros, cuyo nombre no me acuerdo, había declarado los planes en artículo de muerte al señor cura de la parroquia de Santiago, que me parece que lo era el Sr. Gil de León, y en seguida faltó de un golpe al Sr. Allende, la correspondencia de las provincias amigas que siempre venía rotulada por varios sujetos de los comprometidos. Encargado yo de sacarla en el siguiente correo de su primera falta , hallé que también faltaba, y como en la administración de correos estaba de meritorio nuestro compañero D. Mariano Galván el menor, a quien a pesar de ser mi condiscípulo, nunca quise fiarle el secreto de que yo sabía algo de independencia, sin embargo de sus instancias, en esa vez quiso sacarme la verdad y me preguntaba con instancia qué buscaba en el correo, burlándome de que nadie en el mundo podría ocuparse de escribirme. Yo negué siempre el verdadero objeto que buscaba en el correo, y correspondía sus burlas con otras iguales, las cuales tuvieron por resultado, que para acreditarme que tenía negocios de importancia, me enseñó una carta dirigida a él por el oidor Aguirre; pero por esfuerzos que hice, nunca me dejó ver su contenido. Este hecho fue para mí un desengaño de que estábamos denunciados; pero el Sr. Allende, a quien comuniqué todo lo ocurrido, no pensó como yo, y solo entró en sospechas. En los primeros días de agosto del citado año, uno de nuestros compañeros, D. Francisco Araujo, dio una estocada al sargento de milicias D. Eugenio Moreno, que quedó muerto en el puesto. Araujo fue conducido a la cárcel, y observamos que el juez de su causa, español D. Juan Ochoa, que en los principios lo juzgaba con dureza, después le dispensaba su protección. Hubo un rumor de que muy breve quedaría Araujo en libertad, porque había ofrecido descubrir asuntos importantes a la corona, y esto nos hizo temblar, y los sucesos posteriores acreditaron que no eran infundados nuestros recelos. Pero lo que nos acabó de poner en movimiento, fue que, en fines del mismo agosto, vino a relevar un batallón de infantería de Celaya, al escuadrón de la reina que guarnecía Querétaro; y el Sr. Allende conoció entonces el peligro que corríamos.
Dispuso, pues, el señor Allende, que el ayudante D. Manuel Cabeza de Vaca, solicitara quedar como estaba en la comandancia de brigada, y lo consiguió: Que en atención a que no se podía fiar nuestra correspondencia al correo, marchara yo solo y sin mozo a Yuririhapúndaro a traer al capitán D. Joaquín Arias, de la compañía de granaderos de Celaya, que allí vivía; y en efecto regresamos y entramos a Querétaro el 4 de septiembre, él por el camino recio, y yo por la entrada de Carrillo o San Miguel el Grande. El día 6 avisó Cabeza de Vaca al Sr. Allende, que se había dado orden por el comandante de brigada para que se acuartelara la tropa a la oración de la noche, y que se armaran y municionaran ochenta hombres que debían estar sobre las armas en el cuartel hasta nueva orden; y desde luego infirió el Sr. Allende, que aquellas disposiciones eran para aprehendernos. Dispuso pues, que Cabeza de Vaca estuviera pendiente de las nuevas órdenes que daba la comandancia de brigada, para que se las comunicara; que D. José Mariano Galván (hoy escribano público en Querétaro) fuese de espía a la casa de Don Juan Fernando Domínguez , donde se reunían los españoles, para que con oportunidad comunicara sus disposiciones; que el capitán Don Joaquín Arias marchara al cuartel con la mira de instruir la tropa en nuestra causa, con orden de que el mismo Arias se incorporara con la tropa que había de prendernos; y que todo el resto de comprometidos, armados y municionados, nos reuniéramos con disimulo en la casa del guarda Monsalve, calle de la Academia frente a la huerta de San Francisco. Parece que el aparato de prendernos en esta ocasión, fue únicamente por los españoles que residían en Querétaro, sin conocimiento del virrey, con motivo de la declaración que había dado D. Francisco Araujo al alcalde 2° D. Juan Ochoa; porque estuvimos desde las nueve de la noche del citado 6 de septiembre reunidos y sobre las armas en la casa de Monsalve, esperando el golpe para repelerlo y retribuirlo con el grito de independencia, hasta cosa de las tres de la mañana en que Arias y Cabeza de Vaca avisaron al Sr. Allende que estaba a nuestra cabeza, de que la tropa había recibido órdenes para retirarse al descanso, pero quedamos plenamente satisfechos de que estábamos denunciados.
En virtud de este aviso, el Sr. Allende nos manifestó con enérgicas razones la diferencia que había entre morir hincados en un patíbulo confundidos con los criminales, a morir peleando por la patria, marcando por lo menos con nuestro ejemplo y nuestra sangre, el camino que debía tomar la nación para hacerse independiente y libre. Concluyó su valiente discurso con asegurarnos, que él marchaba al día siguiente para San Miguel, con la mira de abreviar al Sr. Hidalgo al grito glorioso de la libertad, pues que ya no teníamos ni un momento de seguridad. Nos reencargó la vigilancia, nos aseguró que tan luego como aprehendieran al menor de nuestros compañeros, por tan sagrada causa, y no por otra, sería la señal de nuestra alarma y se comenzaría la grande obra por el que quedara libre. Nos señaló, que quedaba encargado de sus negocios don Epigmenio González, y nos disolvimos. En efecto, el viernes 7 de septiembre de 810 salió el Sr. Allende de Querétaro por la tarde, para pretextar que su intención se dirigía a ir a colear toros a la carnicería, como lo hizo, y entrada la noche continuó su marcha para San Miguel; y nosotros nos quedamos haciendo preparativos para la guerra, y acordando medidas de precaución. Se acordó que cada comprometido tuviera una cámara cargada en su casa, para que cuando llegara el momento de su prisión, dar aviso con ella a sus compañeros de aquel suceso; pero cuando llegó el caso nadie hizo uso de ella.
El jueves 13 de septiembre de 810, llegó el correo de México a Querétaro, a las cuatro de la tarde, como era costumbre; y en la noche ya fuese a prima, o ya a la madrugada, fueron aprehendidos D. Epigmenio González, su hermano y cajero; de manera que el día 14 amanecieron presos. La casualidad de que en la noche del 13 se enfermó de parto la esposa de un amigo mío, me hizo abandonar mi casa para ir en su auxilio. Lo más de la noche salimos a la calle en demanda de partera, y no observamos ningún movimiento; pero poco después de las tres de la mañana, salió mi amigo a traer medicinas a la botica de Lara y yo me quedé en su casa. Regresó de la botica, y me dio aviso de que había visto guardia en la casa de D. Epigmenio González. Al momento conocí la causa; me despedí de mi amigo, y me dirigí a la casa de D. Antonio Téllez en la calle del Lobo, y no quise llegar a la mía, porque temí ser aprehendido. Noticié al Sr. Téllez lo ocurrido, y mi intención de marchar a S. Miguel. Me auxilió con un macho ensillado, y en el acto tomé la marcha prefiriendo la salida para Celaya, porque supuse cubierta la garita de S. Miguel; por salvar a mis hermanos que trabajaban por la independencia en Celaya, y por recibir sus auxilios, pues todo me faltaba. El mismo día 13 había salido de Querétaro el sargento Prieto, hijo de aquel famoso escribano que tuvo nuestro suelo, con una partida de veinte hombres de la Corona, con orden de poner bandera en Irapuato, y pernotó esa noche en la hacienda del Tunal. Como mi salida de Querétaro fue la madrugada del 14 y mi marcha era rápida, lo pasé en el camino sin saber si tal partida se hallaba por allí. Adelante de Apaseo, se cansó mi macho, y seguí la marcha paso a paso, hasta la mitad del monte de Apaseo, donde volví la cara atrás, y vi que venía una partida de tropa, cosa de cincuenta pasos tras de mí. Sospeché que venían a prenderme, y me dirigí al monte en ademán de una ocupación natural. Y me puse pie en tierra para salvarme en el bosque en caso ofrecido; pero observé que Prieto, sin cambiar ni suspender su camino, me saludó afectuoso por mi nombre, lo cual me inspiró confianza, y le supliqué que me esperara. Hízolo así, me auxilió con las ancas de su caballo, y a las diez de la mañana entré a Celaya, haciendo el papel de recluta de la Corona. Llegué a mi casa, y mientras daba noticia a mis hermanos de todo lo ocurrido y tomaba una taza de chocolate, se me ensilló un buen caballo, en él seguí mi marcha y llegué a S. Miguel a las cinco de la tarde del día 14. Me dirigí a la casa del mismo Allende; Io encontré en ella; le di aviso de todo, me uní con él. Cerca de las oraciones de la noche llegó D. Ignacio Diaz, alcaide de la cárcel de Querétaro, con igual noticia, mandado por la patriota señora esposa del Sr. D. Miguel Domínguez, corregidor de Querétaro.
El sábado 15 de septiembre se celebra en la sagrada casa de Loreto de S. Miguel el Grande, la octava de la Natividad de Nuestra Señora, cuya función promovía y costeaba el Sr. coronel del regimiento de la reina D. Narciso de la Canal, y para solemnizarla, marchó el Sr. Allende a la cabeza de su compañía de granaderos. Temeroso yo de que este fuera el momento de su prisión, se lo hice entender, y me contestó, que él creía la mismo; pero que a más de los cartuchos de salva, iba provista la tropa de la de cartuchos con bala. En efecto: a la mitad de la función se presentaron el ayudante Gelati, y sargento mayor de la reina, D. Manuel Camoens, y notificaron prisión al Sr. Allende de orden del virrey, y la desobedeció con palabras corteses; pero aquellos comisionados dieron orden a la tropa de que prendieran su capitán, la cual los desobedeció, y dio señales con su jefe de prenderlos a ellos, con cuyo acto se retiraron. Parece que la orden del virrey, no fue comunicada por conducto del coronel Canal; porque concluida la función y acuartelada la tropa, el Sr. Allende y otros oficiales, pasaron a refrescar a la casa del Sr. Canal, donde se trató del suceso, y sorprendió la noticia al coronel. Concluido el refresco, se emprendió la marcha para Dolores a las cuatro de la tarde, sin ninguna tropa, y llegamos como a las diez de la noche. Nos alojamos en la casa del Sr. Hidalgo, que ya nos esperaba, y en la madrugada del 16 de septiembre de 810, se proclamó la independencia. Al romper el día se avistó una compañía de dragones del Príncipe, procedente de Guanajuato, destinada a aprehender al Sr. Hidalgo; pero contramarchó, cuando vio al pueblo alarmado.
No será por demás, recordar a usted el modo con que el capitán D. Joaquín Arias y D. Ignacio Martínez se incorporaron con nosotros, el primero preso en Querétaro la noche del 15 de septiembre; y el segundo, que ya lo estaba de antemano por la causa que ya dije. Parece que los españoles propusieron a estos ilustres patriotas, que les concederían la libertad, si se comprometían a asesinar al Sr. Allende, o sea que ellos hicieran la propuesta a los españoles, el resultado fue que estos mismos los pusieron en libertad, y aparentaron que se habían fugado vestidos de frailes, para que tuviera todo su efecto la traición. El 24, o el 25 de septiembre en que nosotros estábamos en Salamanca, de marcha para Guanajuato, yo fui el primero que los recibí y presenté al Sr. Allende, a quien después de un tierno abrazo, declararon el modo y objeto de su venida. Tampoco será inútil recordar a usted que la violenta libertad en que quedó D. Francisco Araujo, y la intempestiva colocación de D. Mariano Galván, minor, en la Trecena de Querétaro, comprueban, que ellos fueron los que nos entregaron con los españoles.
Creo haberme excedido en contestar a la pregunta que usted se sirvió hacerme en su carta de 5 del corriente a que contesto; pero usted se servirá dispensarme ese abuso , porque son sucesos, que recuerdo siempre con placer, y deseo no olvidar ni en mi último día.